En Junio de 2006 tuvimos la oportunidad de realizar esta magnífica travesía recorriendo el tramo de nuestro más importante sendero entre la población de Villahermosa y el Ermitorio de Sant Joan de Penyagolosa, a los pies, como todos sabéis, de la más alta de nuestras montañas (ya sé que más de uno me corregirá con lo del Cerro Calderón, pero chicos, total por unos metros yo me quedo con el Penyagolosa).
De haber escrito estas notas en aquel momento probablemente me hubiera dejado llevar por la excitación de tan grata experiencia hasta escribir una de mis crónicas apasionadas y alucinadas. Carecía entonces de este vehículo de expresión y es ahora, gracias a nuestro amigo Manolo, cuando he podido recuperar las fotos de aquel día y me he dejado llevar por la ensoñación de los recuerdos, hasta sentir la necesidad de contaros todo lo que vivimos aquella jornada.
No es facil plantearse esta ruta si no es organizándola con un autobús, ya que la enorme distancia por carretera entre los dos puntos, rodeando el enorme macizo de nuestra fabulosa montaña, hace prácticamente inviable el recurso habitual de dejar coches tanto en la salida como en la llegada. Sin embargo, andando, tan sólo nos separan doce kilómetros de paisajes de fábula.
De todas maneras, realizar la ruta en cualquiera de los dos sentidos, tanto desde el Ermitorio como desde Villahermosa, en un trayecto de ida y vuelta hasta el molino de la cascada del Carbó, muy cerca de su nacimiento, puede satisfacer plenamente las mejores expectativas de cualquier senderista. Nosotros, afortunadamente, pudimos plantear la etapa entera y difrutamos, afortunadamente, de uno de nuestros grandes días montañeros.
En el sentido que nosotros lo realizamos, el sendero, perfectamente señalizado en casi toda la ruta, parte de Villahermosa y rápidamente te conduce al lecho del Carbó, un modesto río, afluente del también río Villahermosa, que se deja deslizar bastante encajonado y te obliga a vadearlo en varias ocasiones, cuando no a remontarlo por alguna de sus laderas.
El recorrido no da lugar en ningún momento a la monotonía…cada giro del camino es un verdadero festival de sorpresas. La primera de ellas se la llevaron algunos de los más listos de la cita a la altura de la Masía Roncales, un prestigioso alojamiento rural, con una situación privilegiada junto al río. A la que, impresionados por la belleza del lugar, nos despistamos el grueso del grupo, ya se habían perdido en el interior de la Masía a echarse una cervecita en tan idílico paraje…
Estuvieron perdonados: no es frecuente que uno pueda permitirse una lujazo como ese en el esfuerzo de la montaña y menos en un lugar tan sobresaliente como éste .
El primer calor del verano apretaba y, tras remontar un espectacular encañonamiento del Carbó por una preciosa senda aérea, otros listos se lanzaron de cabeza a las primeras pozas del río. ¡Esta claro que hay gente que no se priva de nada! Lo confieso…¡yo fui uno de ellos!
A la altura del estrechamiento del Paso del Aire, era momento de hacer un primer balance y todos estuvimos de acuerdo en arriesgarnos uno de estos días y volver a realizar este tramo de la ruta, pero sin abandonar en ningún momento el lecho del río. No se si eso es viable, porque hay momentos, en los tramos elevados del camino, que no alcanzas a ver el curso del agua y la verdad es que tampoco he conseguido referencias de nadie que lo haya intentado. Tiempo habrá de retomar esta vieja idea, pero por la temperatura del agua, habrá que dejarlo ya para el próximo verano.
Por cierto, no se si eso de llamarle Paso del Aire a este punto del camino se debe a la entrada del viento por el encañonamiento ó a que es, justo en este lugar, donde el sendero comienza a no dar tregua ya con el desnivel de unos seiscientos metros de altura hasta el santuario a los pies del Penyagolosa, y es el momento exacto donde habría que llenar las reservas de oxígeno de los pulmones para el continuo ascenso.
Aproximadamente, a mitad de la ruta, el cristalino Carbó, nos regala dos de sus mejores joyas: la cascada y su nacimiento. Y es que, en un desvío a la izquierda, convenientemente señalizado, accedes a un antiguo molino con un salto de agua sobre una poza de película.
Algunos, los más valientes, se lanzaron sobre ella al grito de «Viva Led Zeppelin» en un estado febril de incosciencia sin haber calibrado la temperatura del agua.
¡Chicos, no se en qué aguas habréis sido capaces de bañaros, pero muy duro lo hubiera tenido el emperador Hiroito si hubiera ordenado a sus kamicaces lanzarse a estas aguas para salvar a su Imperio del Sol Naciente!
¡Diez minutos me costó decidirme a entrar en el agua!… ¡diez segundos…decidirme a salir!
Juro que no volveré a hacerlo jamás sin un buen neopreno. Aquello no tenía nada que envidiar a las gélidas aguas del Arcos ó el chorrador de Zucaina y me consta que los gritos de horror se oyeron hasta en la cima del Penyagolosa.
Disfrutábamos de un merecido descanso en tan bucólico lugar cuando alguien hizo memoria de que muy cerca se hallaba el nacimiento del río y que era un lugar que realmente merecía la pena, aunque guardaba un recuerdo borroso por los años y además lo había conocido bajando desde la pista de Puertomingalvo a Sant Joan.
Excitados por la magía del momento a todos se nos hizo la boca agua con el idea de conocer tan remoto lugar: después de todo, se trataría de remontar río arriba hasta encontrarlo.
Decidimos tomar una senda a la izquierda de la cascada y respetando en profundo silencio el paso por la propiedad privada de los dueños del molino, nos encontramos con un evidente problema: para continuar había que meterse en el río obligatoriamente y no todo el mundo venía preparado para ello.
La cabezonería que nos caracteriza cuando nos marcamos un objetivo montañero nos llevó a dar un fenomenal rodeo por las laderas de la izquierda del río sobre la profunda quebrada del cauce. Llegó a convertirse en desesperante porque a cada momento nos surgía un problema que parecía ir a dar al traste con nuestras ilusiones. Además, teníamos un horario que cumplir con el conductor del autobus, que nos esperaba a los pies de la Montaña Mágica.
Las dificultades del camino, con algunos pasos algo aventurados por lo vertiginoso de la altura hizo que aparecieran los primeros nervios entre los menos atrevidos. Todo esto se apagó cuando llegamos al verdadero nacimiento del río y digo esto porque la mayoría de la gente que escribe de nuestras montañas piensa que lo hace en la cascada del molino.
El lugar es de una belleza arrebatadora, al pie de inmensas paredes, en uno de los últimos reductos salvajes de la Comunidad Valenciana. Como premio, los más locos tuvieron una nueva oportunidad de romper el turbador silencio con sus gritos desgarradores en el agua. De verdad, mereció la pena todo el esfuerzo de llegar hasta allí y no dudo en recomendar a todo el mundo que lo intentéis, por lo menos si no tenéis un problema de horario como nosotros.
Más dificil se presentó la opción de salir de allí sin volver por el camino que habíamos llegado ó voviendo río abajo. A la derecha de la última poza se dejaba caer una empinadísima ladera, de un desnivel por lo menos de un 45 ó 50 por cien, y que se nos antojaba como la salida más rápida para salir al encuentro de nuestro mejor amigo y guía en estas tierras: el GR-7.
En efecto: ¡acertamos! pero la subida fue de las más penosas que nos hemos cruzado, tanto por el tremendo desnivel como el resbaladizo inicio con piedras sueltas, que a punto estuvo de comprometer el buen final de la ruta.
Entre la grandeza de los enormes paisajes que dan forma al Nacimiento del Carbó nos dejamos llevar, casi si aliento por la contínua subida, hasta la Lloma Plana, donde el terreno se suaviza y llega a su máxima altitud (poco más de 1300 metros de altura). Los bosques del Penyagolosa nos agasajaron con sus refrescantes aromas y nos invitaron a pasar a su pabellon de bienvenida: el Ermitorio de Sant Joan de Penyagolosa, punto de partida en otras ocasiones de grandes aventuras montañeras. Allí nos esperaba Manolo, nuestro paciente conductor, impaciente por el retraso pero encantado por haberle hecho esperar en tan estupendo lugar.
De vuelta al autobus, cargados de mil inolvidables sensaciones, aquello parecía el camarote de los Marx de las satisfacciones. Recordé otra de las frases del libro de Esteban Cuellar al describir esta ruta:
«un paraje de lujo en el que nada parece faltar pero tampoco sobrar…
Le dí toda la razón y volviendo a recordar a los Marx…
¡ni siquiera un huevo duro!
Os dejo un pase de diapositivas de la ruta con las fotos que hizo aquel día el amigo Manolo:
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El río Carbó: travesía de Villahermosa a San Juan de Penyagolosa |
En agosto del 2011 volvimos Jose y yo para retomar esa vieja idea de llegar a la Cascada del Carbó sin abandonar en ningún momento el lecho del río. Ya os puedo decir que resulta totalmente inviable por la maleza y las características del terreno. Encuentras alguna poza lujuriosa pero de muy complicado acceso, pero es tan molesto el desplazamiento por el lecho que acabas abandonando y dejandote llevar por ese buen amigo y estupendo guía que es nuestro querido Gr-7. Lo que si que puedo recomendaros es el baño estival, bastante más soportable que en los primeros días de Junio, aunque solo para los más decididos.
Os dejo un enlace a un nuevo album de fotos de ese día:
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Villahermosa- Carbó |
Un comentario en “El río Carbó: GR – 7 Villahermosa – Sant Joan de Penyagolosa”