Aquello parecía una viñeta de un tebeo de Ibañez. Mi amigo Jose con el rostro negro de la furia lanzando mil maldiciones, que evito transcribir pero que tan bien definía el famoso dibujante en precisos «bocadillos» llenos de rayos, truenos, calaveras y demás símbolos que los niños de hace unos años entendíamos a la perfección. Y es que no era para menos: un año de exilio enclaustrado en una habitacíon estudiando las veinticuatro horas del día, y el primer día que salía a la montaña, ¡caía una lluvia de narices!
Le entendía perfectamente. Me ha pasado a mí también a lo largo de este cansino otoño y este, ya, desolador invierno… y aveces, cuando solo he estado esperando una semana a reconfortarme con la vida en mi querida montaña. Y es que parece que nos estén cayendo encima las diez plagas de Egipto. Aquí no para nunca de llover, de hacer un viento insufrible ó un frío de cojones (con perdón, pero es que uno ya está hasta los mismos de este tiempecito).
Observaba a mi amigo Jose media hora asomado a la ventana y mirando al cielo, mientras apuraba la última cucharada de mi jarabe favorito para este constipado, que como el tiempo, no parece calmarse nunca. De repente, se giró hacia mí y me dijo:
-«¡Hace exactamente veinte segundos que cayó la última gota!».
Con la complicidad que dan los cientos de horas compartidos en la montaña, no hubo que decir nada más.
-¡Quédese la vuelta!
Como en las películas, dejamos un billete en la barra al camarero y como una exhalación ya estábamos fuera del bar abriendo el maletero del coche y calzándonos las botas. ¡No había tiempo que perder!
Hace tiempo que tenía curiosidad por conocer la Sierra del Buixcarró. No se han escrito muchas líneas sobre ella y, sin embargo, es impresionante la panorámica de sus picos cuando vienes de Gandía, camino de Barx. ¡Y no te cuento más, cuando la observas desde el Montduver, el Penyalba ó desde las calles de la Drova ó Barx!. El mismísimo Rafael Cebrían la despacha rápidamente en el primer tomo de sus «Montañas Valencianas». Bien es cierto, que cuando publicó ese libro en 1981, evidentemente era mucho más joven que ahora, y centró mucho más sus escritos en las posibilidades de la escalada o la espeología de la zona, que en el habitual repaso exhaustivo de nuestras montañas de sus posteriores volúmenes. Uno echa de menos el caudal de información sobre la zona que podría proporcionarnos su excepcional conocimiento del relieve valenciano y su contexto, y añoro el día en que se decida, ó alguien le anime, a actualizar aquellos ejemplares, y deleitarnos una vez más con sus sabias palabras.
Afortunadamente, el senderismo valenciano ha evolucionado mucho desde entonces y, gracias al interés de muchas entidades, hoy en día es raro encontrarte con una montaña de la que nadie se haya hecho cargo de señalizar, recuperando estupendos caminos que de otra manera se hubieran perdido para siempre.
Y esa es la suerte con la que nos encontramos en esta ocasión, con un PRV, el 60, del que no había oído hablar y que se conserva en un perfecto estado de señalización y presentación con paneles explicativos. Ahí se acabó nuestra suerte y luego tendré tiempo de hablar de ello e incluso lanzar alguna crítica, que no quiero adelantar en este momento.
Puedes iniciar la ruta en dos lugares distintos: el ecoparc de Barx ó la fuente de la Drova; ésta última, lógicamente, en la pedanía del mismo nombre. El ascenso a la sierra desde la fuente es inmediato así que decidimos iniciarla en Barx, para ir calentando las piernas. De paso, si le daba por llover de nuevo, aún tendríamos tiempo de retirarnos.
-¿No estarás pensando lo mismo que yo?.
-¡Me temo que si!
-¡No será….!
En efecto, al sortear una curva entre el inmenso matorral, ahí estaba…¡Un enorme toro!
-¿Y ahora, que hacemos?
– ¡A lo mejor es manso y no hay peligro!
– ¡A lo mejor!
Una mirada rápida a la ladera nos dió la impresión de adivinar con los ojos un pequeño rastro entre los zarzales.
-¡Intentémoslo por ahí!
Ya habíamos subido un buen trecho cuando pudimos respirar con alivio, mientras el toro no nos perdía ojo.
– ¡No creo que sea capaz de subir hasta aquí!
– Si, pues…¿a que no adivinas lo que acabo de pisar?
Aceleramos el paso hasta dejarlo bien atrás. Ya estábamos malbajando al camino, cuando aparecieron dos más.
– Me parece que tenemos un problema.
Repetimos la operación anterior y cada vez se abría más rastros en la maleza… ¡No os diré con qué estaban abonadas!
Con tranquilidad, como despistando, pero con la mirada intensa del trío de toros, avanzamos por la ladera unos cientos de metros.
– ¿Cuántos toros sueltan en una corrida?
Parecía que el peligro hubiera pasado y pudimos volver al sendero señalizado, pero ya con un buen puñado de arañazos.
La ruta llega a una encrucijada de caminos donde un desvío debídamente indicado, te invitar a subir al Pla de les Simes y el Aldaia.
Olvidado el incidente le recordé a Jose que fuéramos atentos al recorrido porque en este lugar se concentran algunas de las mayores simas de la Comunidad Valenciana: la sima Sancho con sus 185 metros de profundidad; al Avenc de les Violetes, con 140; el Avenc del Guarda, con 120, la Sima Aldaia, muy cerca de la cumbre, con 113 metros, y así hasta veinte, había leido. Me preocupaba que, con nuestra curiosidad natural, algo pudiera llamarnos la atención que nos hiciera salir del camino y acabáramos teniendo un problema serio.
¡Pero ese no era solo el problema que estaba llamado a presentarse hoy!
Podéis decirme que a lo mejor las reses no tienen peligro y que solo es producto de nuestra sugestión. ¡Chico, eso se lo cuentas a alguien de muy lejos de aquí, y que nunca haya visto un toro, y no a alguien que lo haya tenido a escasos metros como nosotros! Además, os diré, que hace unos diez años, tuvimos un desgraciado incidente de este tipo, en la Sierra Martés, con dos senderistas que iban recorriendo el GR-7. ¡En helicóptero hubo que sacarlos de allí y directos al hospital! Fue un suceso muy nombrado en Yátova y espero que nunca haya de comentarse algo así en esta extraordinaria comarca.
Comenzamos a descender por la ladera oeste y encontramos un lugar donde resguardarnos del frío y del aire, que ya ni sentíamos. Cuando más relajados estábamos, dando buena cuenta de la comida, empezamos a oir de nuevo los cencerros. Nos incorporamos y, de repente, fui capaz de sentir lo mismo que el General Custer en la batalla de Little Big Horn. ¡Dios mío, estábamos rodeados de decenas de toros que, como los sioux de las películas, parecían crecer desde todos los rincones.
-Y ahora, ¿qué hacemos?
En esta situación eché de menos a mi amigo Ramonet. Conocidas son sus habilidades taurinas en todos los festejos de la Horta Nord y el Camp de Morvedre. Hice un repaso mental a todos los videos de recortes taurinos que había padecido en los almuerzos de los peores bares de mi pueblo.
Uno de ellos se nos quedó mirando fijamente. La bola negra dió un par de bufidos y yo le respondí con mi tos de fumador.
A nuestra derecha teníamos el inmenso vacío de la cara norte de la montaña, sobre el valle de Barx.
Me fijé en dos pequeños montecillos con una pequeña posibilidad de escapatoria. Aún no había invitado a Jose a aventurarnos por el de la izquierda, cuando el toro subió a él como una exhalación. Solo nos quedaba el de la derecha, junto al vacío. Nos quedamos mirando y sin más tiempo para pensar, casi de puntillas, nos fuimos hacia él. Para romper los nervios del momento sólo se me ocurrió tararear aquello de…»a San Fermín venimos, porque es nuestro patrón, nos guíe en el encierro, dándonos su bendición». No había acabado la canción y ya estábamos corriendo, mientras gritaba como poseso un «Viva San Fermín», que se oiría hasta en el Ayuntamiento de Barx; subiendo por las rocas a la desesperada, mientras oía a Jose detrás que me gritaba: «¿pues no decías en mil crónicas que tú eras ateo…?».
Aparentemente habíamos conseguido dar el esquinazo a los toros, aunque el incesante tintineo de los cencerros se me antojaba como un concierto de campanas de Llorenç Barber. Nos habíamos desviado mucho del camino de vuelta y en una montaña que no conozco; debíamos buscar el prometedor barranco de Manesa que nos llevaría de vuelta a Barx. Intenté relajarme y poner en orden el gps de mi cabeza para buscar la solución. Localizé con la vista el Picaio y a sus pies se intuía el tajo de un posible barranco en dirección a la Hoya de Barx.
-«Aquello debe ser el Barranco Manesa».
-«Si, pero…¿tú has visto lo que hay por el medio hasta allí?
En efecto, el aspecto del improvisado camino, entre una fuerte pendiente de rocas y dos barrancadas totalmente invadidas por la maleza, no era de lo más sugerente.
Mientras lo estudiábamos en silencio, volvieron a oirse los cencerros. ¡No hubo ningún camarero que se quedara el cambio!
A duras penas comenzamos los destrepes y al llegar al fondo del primer barranco, aquello parecía una selva amazónica… ¡impenetrable! ¡A machetazos parecía que tuviéramos que continuar!. No me alcanza la prosa a describiros todas las penalidades que padecimos, hasta que llenos de mil arañazos y mil enganchones en la ropa, llegamos al lecho del Barranco Manesa. Fue reconfortante reencontrarnos con las marcas amarillas del Prv-60.
De La serra del Buixcarró: El Aldaia y El Pla de Simes |
El barranco era una preciosidad, con abundantes alcornoques y que nos recordaron los mejores momentos de Espadán ó la Calderona. Totálmente practicable para el senderismo y no como los que habíamos dejado detrás. Lástima que llegáramos con las últimas luces del corto día de invierno y apenas pudiera fotografiarlo. Le comenté a Jose de volver otro día a hacerlo con más calma y casi se me echa al cuello. Lo único que se me ocurrió para seducirle con la idea fue el recordarle que en las crónicas que había leído sobre el sendero, nunca había encontrado una referencia a los toros. Probáblemente se debería a que hoy era jueves y la mayoría de la gente suele caminar el fin de semana.
Agotados y maltrechos llegamos a Barx y el Ayuntamiento ya había cerrado. Se oyeron algunas maldiciones y vimos algunos vecinos contrariados con la escena.
– «Hey, Paco, que mal aspecto tenéis»»¡ni que os hubiera pillado un toro».
Nos quedamos mirando Jose y yo. Se nos puso la cara roja. Del rojo pasamos al morado y, en un paso, al negro lleno de furia.
– «Pero, ¿qué os pasa? ¿he dicho algo que no debía?».
Acabamos en una carrera tras él como en el final de un tebeo de Mortadelo:
-«¿Pero que os hecho yo a vosotroooooooos…..?»… mientras esquivaba el lanzamiento de nuestros bastones senderistas.
Puedes ver un album de la ruta pinchando en la foto:
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La serra del Buixcarró: El Aldaia y El Pla de Simes |
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