Senderos de la Memoria – Cerro Moreno – La ruta del maquis

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El cielo negro de la sinrazón
        dejó caer una tormenta de metralla
 sobre el Cerro Moreno.
  Un río de sangre se deslizó…
     léntamente…
 hacia la Olmeda.
        Aquel día… el Turia
 bajó rojo hasta llenar
     … los pantanos de la infamia.
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      Es corriente que la historia salga a nuestro encuentro cuando nos lanzamos a una de nuestras aficiones favoritas: ¡la montaña!
      En numerosas ocasiones nuestras botas nos han llevado a conocer los lugares que han sido protagonistas de todos nuestros antepasados: los íberos, los romanos, los árabes, los castillos de la Edad Media, los carlistas, y siempre, quizás por lo cercano en el tiempo, sobre todo hemos sido testigos de los restos silenciosos de la triste guerra civil española del siglo pasado.
      Esto, a los que siempre hemos sido inquietos por el conocimiento del medio en que vivimos y donde nos hemos forjado, nos ha desarrollado una gran excitación cultural, hasta el punto de ser capaces de programar una auténtica epopeya montañera como la que viví el otro día con mi amigo Jose.
      Fuimos capaces de andar durante doce horas seguidas por cerca de treinta kilómetros de montañas para rendir culto a uno de los escenarios que es capaz de ponerte los pelos de punta, ya no solo por la impresionante belleza del lugar sino porque allí se truncaron los sueños de libertad de unas admirables personas, que no fueron a la montaña a gozar de un buen día como nosotros, sino que tuvieron que refugiarse durante años en ella y que fueron capaces de dar la vida para que otros pudieramos disfrutarla, como hoy tenemos el inmenso placer de poder hacerlo.
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     Gracias a la asociación La Gavilla Verde de Santa Cruz de Moya, que intenta mantener vivo el respeto y el recuerdo de aquellos soñadores, se han recuperado los llamados «Senderos de la Memoria», dos de ellos, precisamente con el protagonismo de los caminos que fueron sus casas y sus calles durante muchos y durísimos años en la montaña.
     Mi más sincero agradecimiento por el inolvidable día que gracias a ellos pudimos disfrutar hasta acabar en la extenuación. Nunca había andado tanto, nunca me había cansado tanto y nunca había llegado a casa con esa cara de felicidad, para en pocas horas volver, con una inmensa alegría y tristeza a la vez, a la rutina de la vida y el esfuerzo del trabajo.
       A las diez y después de un buen almuerzo ya enfilábamos hacia abajo las cuestas del pueblo a la busqueda del padre Turia. El Sendero del Agua, otro más de los «Senderos de la Memoria» nos deja en su frondosa ribera, para conducirnos en poco menos de media hora a uno de los escenarios de la escabrosa jornada del siete de noviembre de 1949.
      Aquella noche, el silencio del horror rompió la tranquilidad de los vecinos de La Olmeda. Ya nunca podrían calmar sus sueños con la pavorosa escena que tuvieron que contemplar al paso de los mulos con los maltrechos e irreconocibles cadáveres de aquellos combatientes caidos. Los dueños de las caballerías, que la Guardia Civil había requisado para bajarlos desde el Cerro Moreno, aún tuvieron que limpiar en el río los arreos y serones devueltos, manchados de sangre e incluso con restos de carne y despojos humanos.
      Alguno, asqueado, renunció a su principal herramienta de trabajo y dejó que la corriente se la llevara .
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      Cariacontecidos cruzamos sus calles con aquella patética escena atornillándonos el cerebro y salimos con la cabeza baja de la aldea.
      Un grito de animo mutuo nos hizo levantarla orgullosamente y aceleramos el paso. Subimos con fuerza hacia el pico de la Portera. En una encrucijada del mal señalizado camino, encontramos el desvío que nos conduciría en unas horas al testigo del trágico acontecimiento.
      Mientras nos entreteníamos dejando unos hitos de piedras en las partes mas confusas del sendero nos dimos cuenta que iba cobrando protagonismo en el terreno una gran presencia de rocas de cuarzo hasta llegar a cubrir las paredes de algunas lomas de la montaña.
       El paso por este punto debía subir la autoestima de los escasos guerrilleros que reflejados en las mil caras de sus poliédricos espejos les harían sentirse multiplicados como un auténtico ejército de resistentes.
       A buen ritmo nos encaramamos a los primeros repechos y en cuanto ganamos altura aparecieron los inmensos bosques de tierras rojas, quizas como si la Naturaleza, caprichosa, quisiera rendir también un homenaje de duelo a la sangre de aquellos luchadores.
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Fueron tres largas horas las que vagamos hasta el Cerro Moreno.
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      Agotados llegamos a la cima pero Jose no me dejó ni reposar. Excitado por verse recompensado de nuestros esfuerzos no quiso ni perder un minuto para poder conocer hasta el último de los rincones del histórico lugar. Buscamos vestigios de la tragedia mientras yo, con la documentación que llevaba sobre los hechos aquí acaecidos, intentaba situar cada una de las acciones de la tragedia. Creo que no dejamos ni un metro cuadrado de la inmensa montaña sin rastrear, por lo menos Jose, que abducido por la enorme presencia del lugar, enloquecía montaña arriba, montaña abajo. Me detuve a coger aire y dejé que se alejara inmerso en su locura.
¡Y solo entonces pude darme cuenta de la grandeza del lugar!
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       Aquello era como tener primera fila de platea en el mejor de los teatros montañeros. Al norte la sierra del Javalambre y el Cerro Calderón. Al este, la impresionante elevación de la Muela de Aras y la aldea de Losilla. A sus pies el barranco de Casas Blancas y el fantástico tajo del cañón del Río Arcos, donde tan grandes aventuras hemos pasado en otras ocasiones. Al sur, a los pies de fenomenales farallones y riscos de piedra, el curso tranquilo del río en busca del abrazo del Turia. Al Oeste, el Cerro Abendón (donde nos esperan más aventuras en otro glorioso sendero de la memoria), Santa Cruz, La Olmeda, el Collado Royo y la Saladilla, y al final, en el horizonte, aupandose para no ser olvidado, la estupenda fortaleza de Moya, a la que habrá que hacer un hueco en alguna de nuestras expediciones.
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       Me senté a descansar y encendí un cigarro, mientras la mirada se perdía en el fantástico escenario.
       De repente noté más humo del habitual en un pitillo. Pensé en Jose pero rápidamente recordé que él no fumaba. Extrañado giré la cabeza a mi derecha y allí estaban Andrés y Pedro con una sartén en las brasas preparando el desayuno. Un poco más allá Eulogio intentaba sintonizar con su radio las emisiones de Radio Pirenaica. Fermín ojeaba el último ejemplar de «El guerrillero». Ramiro, Vidal, Lorenzo, Manolo y Bartolo conversaban distraídos en la zona de guardia. Cándido, Nicasio, Angel y Jaime aún descansaban en sus tiendas de campaña.
      Volví a dar una calada al cigarrillo y, como algo extraordinario, volví a notar una gran nube de humo. Al disiparse, miré de reojo el perfil del cigarro y, horrorizado, su imagen se fundió con la del cañón de un fusil humeante. Un millón de relámpagos iluminaron la escena y una espesa niebla verde y negra se apoderó del Cerro Moreno.
      Me abroché las botas y me puse de pie. La hierba que cubría el cerro había mutado en roja. Pensé…»son cosas del otoño«,…dudé,…»el otoño enrojece los árboles pero no la hierba«…»además…ahora
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¡¡AHORA ESTAMOS EN PRIMAVERA!!…
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     Aterrorizado apagué el cigarro y me eché las manos a los ojos. Deambulé por toda la cresta del Cerro mientras los protagonistas de la historia parecían dormir el sueño de la razón, acunados por aquellos que torturaban con las pesadillas de la demencia.
     Quise huir de aquel dantesco escenario y corrí en la misma dirección que lo había intentado Pedro. Seguía los rastros que dejaban sus gotas de sangre entre las rocas pero tuve que detenerme ante una figura fantasmal que me apuntaba con su arma. Cerré los ojos y me preparé para el largo viaje. La espera se hizo eterna y el billete nunca llegaba.
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 -«¿Puedes ayudarme, Paco?»
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     Sorprendido, abrí los ojos y delante tenía a mi amigo Jose que intentaba enderezar su baston senderista. No se si tenía ganas de reir ó de llorar, pero solté un
 «¡HIJOSDEPUTAAAAAAAAAA!»
 que se oyó hasta en la Comandancia de Landete.
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      Le pedí a Jose que nos fuéramos enseguida y bajamos rápidamente hasta la encrucijada de caminos. Las marcas de pintura del sendero parecieron desvanecerse bajo nuestros pies. Dudamos y seguimos monte abajo.
      Y, entre las ramas del espeso pinar, salieron a nuestro encuentro Alfaro, Emilio, Francisco, Julián y Fernando.
      Habían salido del campamento, un par de días antes, a por carne a la zona de Camarena de la Sierra. Ya se temían el fatal desenlace al encontrar todo el monte removido y observar, escondidos en la Peña del Enjambre, el trasegar de centenares de guardias civiles arriba y abajo de la montaña.
      Nos pidieron que no nos preocupáramos, que ellos nos sacarían de allí.
      Cuando nos alejábamos por la pista que rodea el Cerro por un estupendo bosque de pino rodeno, mientras nos conducían hacia el Arcos y los Rentos de Orchova, me atrasé unos metros, me detuve y giré la cabeza hacia la cara sur de la montaña. Por allí había subido el grueso de la fuerzas represoras y con la mirada fija no pude evitar que se me escaparan unas lágrimas y emocionarme con la entereza de aquellos hombres, que lo habían dado todo por la libertad de la que hoy yo gozaba. Ellos habían sabido rebelarse y luchar porque mis padres y abuelos tuvieran una vida más justa…¡Y mi familia!…¡Y los amigos de mi familia!…¡Y todos los seres humanos de aquella, si en verdad, España Rota! A la llamada de la democracia y la libertad solo respondió la izquierda y como siempre la derecha nunca estuvo a la altura de la Historia: nadie en sus filas fue capaz de detener la barbarie de la locura.
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       Personas como ellos son admirados como héroes en todos las naciones y en esta caricatura de país, sesenta años después, siguen despreciados como vulgares delincuentes. Hay quien puede ir en autobus a rendir gloria a sus muertos y nosotros tuvimos que pegarnos la gran paliza de nuestra vida.
      Una lágrima, mas grande que las demás, se dejó deslizar por la abrupta pendiente y cogió velocidad entre los recovecos del terreno. La vi marcharse en dirección al molino de Orchova, haciendose cada vez más grande, como una bola de nieve, con la humedad de las últimas lluvias.
     Cuando en una curva del camino, se abrió ante nosotros el fabuloso paisaje de la vega del Arcos, nos despedimos todos con un abrazo y un largo, fuerte y agradecido apretón de manos.
 ¡Hasta siempre, camaradas!
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     Aquello había conseguido subirnos la adrenalina y nos dejamos caer montaña abajo por el sendero que rodea El Rodeno y la fuente del Magallón. Afortunadamente habíamos encontrado las señales de una variante del sendero homologado, que aquí se mostraba con una generosidad de marcas que tanto nos había complicado el día con su ausencia o escasez en la primera parte de la ruta.
     Al llegar a la ribera del río nos dejamos caer rendidos sobre la hierba. Me quedé contemplando la belleza del río y aún tuve tiempo de distinguir mi enorme lágrima, que navegaba en medio de la corriente, dispuesta a regar de esperanza aquella hermosa tierra.
     De pronto, escuché una ráfaga y el instinto me lanzó a refugiarme tras algunas rocas. Del susto de muerte pasé rápido a la carcajada. Era mi amigo Jose quien disparaba como poseso…
¡su cámara fotográfica!
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      ¡Hasta dos veces tuvimos que mojarnos para atravesar el caprichoso curso del río! A la altura de La Casa Grande retomamos el Sendero del Agua de la mañana.
      El cansancio de tantas horas hacia mella y solo la grandiosa belleza del recorrido resucitaba nuestras fuerzas. ¡Madre mía, que bonito era todo!: ríos, montañas, bosques, senderos frondosos, acequías aéreas, simas repletas de agua, cascadas, el paraiso del bucólico senderista. Esta parte de la ruta bien merece que volvamos otro día a disfrutarla con nuevas energías.
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      Casi de noche entramos en la solitaria aldea de las Rinconadas y costó encontrar un vecino que nos diera agua. Permitidme la licencia pero no pude evitar que aquello se me antojara como un par de maquis solicitando la ayuda de un aldeano para la supervivencia.
      Tras un breve descanso y con la cantimplora de nuevo llena nos dejamos arrastrar por el camino mientras a lo lejos se divisaban las primeras luces de Santa Cruz. El camino no parecía tener fin y ya dudábamos que fuera posible alcanzar nuestro objetivo.
      No profeso ninguna simpatía al personaje, y sin duda no era ni el mejor momento ni el mejor de los escenarios, pero quiso nuestro estado físico, ante la dolorosa subida hasta el pueblo, que realizáramos un inconsciente homenaje… a ¡Chiquito de la Calzada!… Avergonzados por ello, y no como auténticos guerreros de la montaña, entramos arrastrados en las primeras calles del pueblo a las diez de la noche y lo primero que quisimos es buscar un teléfono para poder llamar a casa.
      No habíamos tenido cobertura para el móvil en toda la jornada. Descolgué el teléfono y mientras esperaba tono, me pareció aguardar ante un pelotón la orden de un fusilamiento de reproches. Cuando noté que al otro lado del teléfono, alquien descolgaba el auricular, cerré los ojos y esperé la orden de fuego.
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     «¡Hombre, ya era hora!…¡Me tenías preocupada!…
¡YA ESTABA A PUNTO DE LLAMAR A LA GUARDIA CIVIL!»
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      Aquella noche, una estruendosa carcajada rompió la tranquilidad de los vecinos de Santa Cruz de Moya.

     Al año siguiente, en primavera de 2009, volvimos a realizar esta ruta, pero por el sendero de Orchova, Si lo deseais podéis consultar la crónica en el siguiente enlace.

https://acelobert2010.wordpress.com/2009/05/29/senderos-de-la-memoria-orchova-cerro-moreno-y-el-rodenal-santa-cruz-de-moya/

Si alguien está interesado puede echar un vistazo al album de fotos de la ruta pinchando abajo:

2008_05_20 Ruta de los maquis

Con permiso de La Gavilla Verde no puedo dejar de recomendaros el estupendo libro de memorias de Jose Manuel Montorio Gonzalvo «Chaval», uno de aquellos valientes que intentaron vanamente cambiar la historia. El relato es un documento de primer orden como testigo de aquellas vivencias y además de enriquecedor es entretenidísimo. El libro se llama «Cordillera Ibérica. Recuerdos y olvidos de un guerrillero.» Aunque actualmente está agotado, gracias como os digo a la Gavilla Verde, os lo puedo dejar para vuestra descarga como libro electrónico. De verdad que vale la pena. Pichad en el título de abajo.

recuerdos y olvidos de un guerrillero

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10 comentarios en “Senderos de la Memoria – Cerro Moreno – La ruta del maquis

  1. Ayer mismo tuve información de la muerte de mi abuelo en Cerro Moreno .Mi abuelo fué Lorenzo y gracias a gente como tú estoy averiguando algo que me han ocultado durante 50 años. Mi mas sentido agradecimiento.Paco Gracia en Sevilla a 20 de Enero del 2009

    • Cuando hicimos esta ruta nuestro primer objetivo era conocer Cerro Moreno. Lo que fue una verdadera sorpresa es que nos encontramos con una ruta montañera de primer orden con algunos momentos realmente fascinantes. El Rodenal nos recordó los mejores momentos de Espadán pero el atardecer en los Rentos de Orchova en las riberas del Río Arcos es de una belleza extrema. Y el Turia… y los bosques… y… ¡el Cerro Moreno!
      Un saludo

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